jueves, 14 de enero de 2010
Turkmenbashi, el ególatra que soñaba con palacios de hielo en el desierto
Han pasado ya tres años desde que falleciera Saparmurat Niyazov, dictador de facto (aunque su cargo era el de Presidente) durante más de dos décadas de Turkmenistán. Era un personaje muy peculiar. Y estaba bastante zumbado.
Criado en un orfanato tras perder a toda su familia en un terremoto, Niyazov lideró el Partido Comunista en Turkmenistán y, cuando en 1991 la nación se independizó de Rusia, él se proclamó Presidente de la República de forma vitalicia.
Al parecer, tenía fijación con "la identidad cultural perdida" del pueblo turcomano tras tantos años de dominio soviético, así que se autonombró Turkmenbashi ("líder de todos los turcomanos") y se lanzó a promulgar leyes para defender lo que él consideraba la auténtica cultura de su pueblo. Dicha fijación, unida a su excentricidad y megalomanía, le llevó a dictar una serie de leyes absurdas que ni Woody Allen habría sido capaz de imaginar: clausuró la ópera, el ballet y el circo; prohibió hacer playback en los conciertos, en la televisión y en las bodas; prohibió encender la radio en los automóviles; prohibió que los jóvenes llevasen barba o pelo largo; cambió de nombre el mes de enero y el de abril, que pasaron a llamarse Turkmenbashi (en honor a sí mismo) y Gurbansoltan (el nombre de su difunta madre); estableció como Fiesta Nacional el 19 de febrero (su cumple); decretó la existencia de un nuevo ciclo vital, según el cual la infancia terminaba a los 13 años, la adolescencia a los 25, la edad adulta a los 49, la fase profética a los 61, la fase inspiradora a los 73 y la vejez no comenzaba hasta los 85 años; suprimió el juramento hipocrático de los médicos y lo cambió por un juramento a él; prohibió las fundas dentales de oro porque quedaban muy feas; cerró todos los hospitales excepto el de la capital porque quería que los enfermos se acercasen a él; declaró fuera de la ley las enfermedades infecciosas, entre ellas el cólera y el sida; ordenó construir numerosas estatuas de sí mismo hechas de oro y de ¡trozos de meteorito! por todo el país (había una en medio del desierto, incluso; él estaba en contra de verse en todas partes... "Pero es lo que la gente quiere", dijo), algunas de las cuales giraban según la posición del sol para que ninguna sombra cayese nunca sobre su rostro...
Además, escribió el 'Rujnama' o 'Libro del Alma', una obra político-religiosa que estableció como obligatoria en la educación. Para acceder a la secundaria, un ciudadano debía sabérselo de memoria, al igual que para ser funcionario (y el 99% de la oferta laboral consistía en puestos de funcionariado). "Aquel que lea tres veces el 'Rujnama' encontrará riqueza espiritual, se volverá más inteligente, reconocerá la existencia divina e irá directamente al paraíso", dijo Niyazov sobre su obra.
Su jeto aparecía en los billetes, en las alfombras, en las fachadas, en los cuadernos escolares y en millares de cuadros. Su nombre, en aeropuertos, escuelas, universidades, hospitales (antes de que los chapara), carreteras, títulos universitarios...
Una de sus últimas ideas descabelladas fue la de construir un inmenso palacio de hielo en el desierto para practicar deportes de invierno... y ahora resulta que de su sucesor, Kurbanguly Berdymukhamedov (en la foto de abajo), se sospecha que es hijo ilegítimo de Niyazov por su gran parecido físico con el ex dirigente. ¡Pobrecicos turcomanos!
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1 comentario:
Pues que quieres que te diga...a mí lo de las fundas de oro me parece bien. Quedán fatal.
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