lunes, 18 de agosto de 2008

No veo, no oigo, no digo maldades


Los tres monos místicos de la tradición japonesa llevan cuatro siglos indicando al ser humano qué debe hacer para alcanzar la sabiduría: no prestar oído a las maldades, negarse a presenciarlas y, sobre todo, no decirlas. Existe un longevo debate sobre el significado real de la pose de los simpáticos Mizaru, Kikazaru e Iwazaru (pues estos son sus nombres, con un juego de palabras entre la pronunciación de "saru", que significa "mono", y el sufijo de negación "zaru"): algunos dicen que simplemente representan el miedo humano, pues adoptan las posturas de reacción primaria ante él. Pero a mí me gusta más la primera hipótesis. Me hace pensar. En el periodismo, principalmente. ¿No es tarea de los periodistas escuchar y ver lo que ocurre –en su mayoría, cosas malas– para después contarlas? ¿Nos alejaría eso de la sabiduría? ¿Deberíamos ignorar las maldades y no hacernos eco de ellas? Quizá nuestra labor como meros transmisores de información debería dejar en manos del público la toma de decisiones filosóficas: aquí está, esto ha pasado, ahora tú verás si haces algo al respecto o si prefieres ignorarlo, no ver, no escuchar... Sí, quizás sería así... si fuésemos eso, "meros transmisores de información". Pero no lo somos. Somos personas y, por más que nos empeñemos, tomamos una postura ante una información, tenemos unos criterios previos, unas nociones de lo que es más o menos importante, de lo que interesa y de lo que no. Y nos transformamos en las manos que tapan los oídos de la gente, en las manos que ciegan sus ojos, en las que taponan las bocas de aquellos cuya opinión no nos interesa. De igual forma, hay otras manos que nos tapan ojos, boca y oídos a los periodistas: las de nuestros anunciantes, las de la postura editorial del medio para el que trabajamos, las del tiempo y el espacio disponibles...
No creo que la sabiduría se alcance mediante no ver, no oír y no decir maldades. Creo que nos acercaremos a ella cuando sean las propias manos de cada mono las únicas que se posen en su cabeza.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tienes mucha razón. Sería genial que esas manos que nos tapan los oídos, la boca y los ojos sólo pudiéramos ponérnolas nosotros mismos, en libertad. Y ya lo ideal sería que ni nosotros mismos las pusiéramos. Al fin y al cabo, sería señal de que sabemos enfrentarnos a cualquier cosa en la vida, que no tenemos ningún tipo de temor (pero muchas veces no es así).

Un saludo!

Anónimo dijo...
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