miércoles, 20 de agosto de 2008

¡Exterminad a todos los salvajes!


Joseph Conrad es para muchos pirados "el tipo que escribió 'Apocalipsis Now"; para otros, "el autor de 'El corazón de las tinieblas"; para unos pocos, Józef Teodor Konrad Korzeniowski, un emigrante polaco (que nació en Berdyczów, hoy Ucrania, en 1857) nacionalizado inglés que se pasó buena parte de su vida en la marina mercante. Fue esta experiencia la que marcó sus obras: aprendió el inglés (idioma en el que escribía pese a dominar mejor el francés, la lengua de las elites culturales por aquella época) tras enrolarse en un barco británico para evitar el servicio militar ruso; se vio involucrado en tráfico de armas y en conspiraciones políticas; se intentó suicidar a los 21 y en 1889, a los 32, visitó el Congo y se quedó horrorizado por los abusos que cometían los colonos contra la población nativa. Fue ese viaje el que inspiró 'El corazón de las tinieblas'. Y la última frase del informe-guía-panfleto que elabora el buen demente Kurtz para la Sociedad Internacional para la Supresión de las Costumbres Salvajes –más que el superconocido "¡El horror! ¡El horror!"– es la que me llama la atención: "'¡Exterminad a todos los salvajes!". Y me intento colocar en la situación de Kurtz (figuradamente, por supuesto) y me pregunto: "¿Habría extraído yo la misma conclusión?". Si fuese un imperialista mercader de marfil que, gracias a mi tecnología superior, me he convertido en un semidios para los nativos de la jungla que rodea un puesto avanzado y les hiciese practicar rituales como un tirano, puede que sí. Pero si cambiamos la jungla por cualquier otro entorno hostil (como, por ejemplo, la consulta del dentista) y a los nativos africanos por personas cuyos criterios morales difieren y chocan con los míos (como, por ejemplo, el sádico dentista que es capaz de hacer oídos sordos a los gritos de dolor mientras urga en busca de caries)... ¿no sería capaz de aconsejar a quien quisiera escucharme que liquide a semejante monstruo? Si padeciese fiebre de la jungla, como Kurtz, imagino que sí... Creo que, con las condiciones adecuadas, todos podríamos ser Kurtz.
(Y esta tarde tengo que ir al dentista... ¡El horror! ¡El horror!)

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